La venganza del bibliotecario

En esta época estival en la que muchos usuarios, liberados de sus habituales rutinas, deciden dedicarse a la lectura recreativa se produce un incremento notable en una de las tareas más ingratas del bibliotecario: las recomendaciones.

El usuario, que durante el resto del año se llevaba manuales o libros técnicos relacionados con su trabajo o estudios, se nos acerca ahora pidiéndonos consejo sobre algún libro con el que amenizar su tiempo libre. Dicho así no parece tan grave la cosa. No se engañen. La recomendación es un arma de doble filo.

En algunos casos te aparece el usuario con el libro el mano y preguntándote si ese libro en concreto está bien. Tú le contestas que no sabes, pues no te lo has leído. Tras lo cual el usuario te mira extrañado, en su cara se lee un "¿Cómo que no te lo has leído?". Pues no, no me lo he leído. Pero claro, parece ser un lugar común entre los usuarios el creer que los bibliotecarios tenemos la obligación de habernos leído todos y cada uno de los libros que hay en nuestras bibliotecas. Es en esos momentos en los que saco a relucir mis estudios de filosofía y me declaro socrático a matar "Sólo sé que no sé nada... Y cuanto más conocimiento, mayor es mi ignorancia". Así que déjense de chinchar.

Por otro lado está el que te viene con las manos vacías esperando que tú le soluciones la papeleta. Al principio de mi carrera como bibliotecario, ingenuo de mí, les recomendaba a los usuarios libros que a mí me habían gustado. Algunas veces tenía éxito, sin embargo otras veces me llegaba el usuario con cara de pocos amigos y me soltaba algo semejante a "Menudo bodrio" o "Esto es infumable". Está claro que cada cual puede tener su opinión, es más, tal y como decía uno de esos inolvidables sargentos de la película Platoon: "Tener opinión es como tener culo... Todo el mundo tiene el suyo". Es lo que pasa con las cuestiones en las que interviene el gusto, que muchos lo tienen ahí donde el sargento decía que se acababa la espalda. En fin, si vas a soltarme improperios sobre mis recomendaciones, para que narices me preguntas. Lo que yo les decía, un trabajo ingrato.

Pero con los años, y a fuerza de disgustos, aprendí a manejar a este tipo de usuarios. En otras palabras comencé a desarrollar una técnica a la que llamé la venganza del bibliotecario.

Esta técnica se basa en un sencillo principio: Ante la imposibilidad de conocer cuales son los libros que satisfarán a nuestros díscolos usuarios (imposibilidad cognoscitiva comparable a la cuestión ¿Qué sucedió antes del Big Bang?), lo mejor es optar por recomendar libros que sabemos a ciencia cierta que no les gustarán. Los beneficios de dicha técnica son obvios; en poco tiempo esos usuarios dejarán de pedirnos recomendaciones y nosotros viviremos más tranquilos.

Pero esta técnica no puede aplicarse al tuntún. Hace falta un alto grado de sutileza y un profundo conocimiento de la psicología del usuario. Después de esta introducción teórica lo mejor será que les ilustre con algún ejemplo práctico.

En este sentido, los que venimos de estudios previos como la filosofía tenemos la gran ventaja de conocer un gran número de obras con una solvencia contrastada, pero que, fuera de su ámbito académico específico, son auténticos tostones. Eso sí, y volviendo de nuevo al tema de la sutileza, aunque obras como La crítica de la razón pura de Kant o El capital de Marx serían buenos ejemplos de obras infumables, hay que huir de autores que resulten tan obvios. El usuario no picará. En este caso lo más recomendable es tirar de autores de la filosofía contemporánea que, fuera de la facultad y de los cuatro sesudos de siempre, no conoce ni el Tato. Ejemplos de especial crueldad serían Ser y tiempo de Martin Heidegger o Dialéctica negativa de Theodor W. Adorno (que conste en acta que son excelentes libros los cuales he leído, pero ya les digo que fuera de su ámbito son verdaderos peñazos).

Después de elegir la obra viene la difícil tarea de colársela al usuario. Aquí es donde entra la psicología del usuario. En todo caso, y en prevención de los usuarios listillos que creen que todo está en el google, los autores y/o obras seleccionadas han de tener su página en la wikipedia. Ya saben, si sale en internet... (pobres ilusos). El mejor método para convencer al usuario es, sin duda, apelar a su vanidad. Por ejemplo, primero tantearemos al usuario preguntándole si le gustan las obras de ensayo, si el usuario pica apareceremos con la obra en cuestión y, aplicando las técnicas de psicología inversa, dejaremos ir un sutil "No sé, puede que sea un tanto complicada para usted...", el usuario en cuestión, herido en su orgullo, solicitará el préstamo ipsofacto con un aire ofendido de peroconquiénsecreequeestáhablando. Ya lo tenemos en nuestras redes. Tan sólo nos quedan un par de detalles para acabar de rematar la faena. Como sabemos que las obras en cuestión entrañan su dificultad, y no queremos que las dejen correr a las primeras de cambió, les animaremos a su lectura con una serie de consejos del tipo "Al principio es un poco aburrida, pero a partir de la mitad se anima..." o "Le cuesta arrancar, sin embargo el final es apoteósico".

Ahora bien, desde ya les advierto que el uso de esta técnica no es inocuo. Implica una serie de inconvenientes que, en casos extremos, pueden poner en peligro nuestra integridad física. En este sentido, el peligro que corremos es proporcional a la dificultad de la obra, es decir, cuando más difícil sea, mayor será el cabreo del usuario hacia nosotros. Concretamente los efectos del cabreo pueden medirse siguiendo esta sencilla fórmula:

(f + m) * G
C = --------------------------
d

Donde C (o sea, el grado de cabreo del usuario) es igual a f (o fuerza con la que el usuario nos lanza la obra) más m (o peso del mamotreto en cuestión) multiplicando el resultado de esta suma por G (o gravedad, que puede entenderse tanto en el sentido de la fuerza con la que se atraen los cuerpos como en el de número de puntos que recibiremos después del trastarazo) dividiendo luego este producto por d (o distancia, se entiende que a mayor distancia más seguros estaremos).

Tras lo expuesto anteriormente, ustedes comprenderán que esta técnica no es para bibliotecarios pusilánimes o nenazas que piensen "Es que me van a hacer pupita...", sino para bibliotecarios curtidos en mil batallas frente al usuario y con agilidad suficiente para esquivar objetos contundentes al vuelo o, en su defecto, que no tengan inconveniente en trabajar con casco y chaleco anti-balas. Advertidos quedan.

Pese a los peligros inherentes, hay que valorar los beneficios antes expuestos. Difícilmente ninguno de los usuarios a los que hayamos aplicado esta técnica volverá jamás a pedirnos consejo, con lo que nuestro grado de tranquilidad veraniega (aunque dicha técnica puede utilizarse en cualquier época de año, claro) aumentará exponencialmente.

Para finalizar, nada más recordales que si tienen alguna duda con respecto a las obras a recomendar (por suerte desde este blog encontrarán tres filósofos reciclados a bibliotecarios, a saber, Jaume Julià y el que suscribe, en el ámbito de los perpetradores, y a Juanma en los comentarios) o sobre la metodología a aplicar, no tienen más que exponerlas en los comentarios. Por mi parte estaré encantado de echarles un cable.

 

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