Llibrèria, frikitecarius antecessor

Cuenta la leyenda que con la primera bibliotecaria se creó accidentalmente la primera frikitecaria. Y con ella, se instauró la mala leche bibliotecaria, el arqueo de cejas obsesivo-compulsivo y los bíceps machacausuarios. Sin embargo, no había pruebas de tal hecho. Sólo a través de la constatación empírica de la realidad podíamos llegar a tal conclusión. Hasta que fue hallado el documento titulado "Llibrèria Volum i Tom", escrito en 1986 y conservado intacto hasta nuestros días. En él se describe qué debe hacer la perfecta bibliotecaria para llevar a buen puerto su trabajo. Cortemos y peguemos los fragmentos de mayor relevancia:

[Los lectores] son los elementos destructores más hábiles y sistemáticos de los libros. Entre otros perjuicios, arrugan los libros, los ensucian con todo tipo de manchas (desde la tinta al aceite, pasando por la salsa de tomate), los llenan de garabatos, los mutilan, les arrancan páginas enteras, recortan las ilustraciones, los desencuadernan, los pierden y los roban. Una banda de estos terribles lectores puede cargarse una biblioteca de tres mil volúmenes en un par de meses. Es un agente muy difícil de combatir, ya que es una especie protegida por la ley y su desaparición física nos podría suponer algún disgusto; por lo tanto, debemos tolerarlo. Eso sí, hay que procurar que se acerque bien poco a las bibliotecas tomando medidas disuasorias. Como en los manuales que tenemos al alcance no se habla de dichas medidas, nos alargaremos en la enumeración de los diferentes métodos que toda buena bibliotecaria ha de saber y practicar.
1.- El acceso.Toda biblioteca debe exigir un carné al lector, y para eso debe solicitar un aval. Busquen que los avales sean de gente poco disponible. También se puede hacer que el precio del depósito sea bastante elevado. Hagan que se necesite un carné especial para entrar a determinadas salas y que se necesite un aval todavía más restrictivo para ello.Si son ustedes las afortunadas veladoras de una biblioteca que no está abierta al público de manera indiscriminada, pierdan las llaves en el momento en que alguien quiera visitarla o consultar su fondo, o directamente desaparezcan, si pueden prever la visita con suficiente antelación.
2.- La vigilancia.Un buen cacheo en la vestimenta y las pertenencias de los lectores en el momento de entrar, y obligarlos a dejar la mayoría de las cosas que lleven, podrá eliminar elementos mutiladores: tijeras, cuchillas, cerillas, cigarros, punzones, etc. y elementos que ensucien: latas de cerveza o coca cola, bolsas de patatas fritas, pipas, caramelos, chicles, etc.Entre las mesas conviene que se paseen guardias de seguridad proveídos de algún arma de defensa personal. Notarán que, pese al cacheo, los malévolos lectores siempre consiguen pasar alguna tijerilla escondida en un dobladillo, o un cortaplumas metido en un calcetín, así que no será fácil el enfrentamiento. Los guardias deben tener aspecto antipático y de mal humor, y expulsar de la sala a aquellos lectores que hablen o hagan ruido. También deben encargarse de vigilar el trato que reciben los libros. En este sentido deben ser implacables y llegar a la derogación del carné en caso de reincidencia.
3.- El tiempo.Desde el momento en que el lector les pida una obra determinada hasta el momento en el que la recibe, debería pasar como mínimo un cuarto de hora, y si s posible dos o tres. Esta táctica pone muy nerviosos a los lectores, pero no por eso debemos perder nunca la calma ni la sonrisa condescendiente. Suele ser una estrategia muy eficaz, sobre todo si va acompañada de un límite en la consulta de obras; jamás se deben dejar más de tres obras al mismo lector. Con este sistema puede que consigamos que el lector prefiera comprarse las obras él mismo y quedarse en casa, lo cual sería un éxito para nosotras.
4.- La negación. Un “no” en el momento de consultar un libro es el método más eficaz, pero requiere una fuerza personal y una preparación en la sutileza que no se enseña con demasiada insistencia. Si no disponen de estas cualidades, tomen otras medidas. Niéguense a dejar en consulta o en préstamo aquellas obras que corren más peligro o simplemente que no quieran dejar por el motivo que sea. Aleguen que están en préstamo, restaurándose o encuadernándose, que las están consultando, o que el lector ha consultado mal el catálogo (que ustedes mismas ya habrán procurado que sea bien críptico) o que ha rellenado incorrectamente la ficha de solicitud. Verán cómo este método, a la larga, da sus frutos.
5.- Conclusión.Sobre todo, si no pueden poner en práctica ninguno de estos métodos, encomiéndense y tomen ejemplo del santo patrón de las bibliotecarias, que prefirió quemar su biblioteca antes que dejar consultar un libro. Su martirio ha sido glosado recientemente y con gran acierto por Umberto Eco en su obra “El nombre de la rosa”. Hagan novenas, pues, a San Jorge de Burgos y eríjanle una capillita entre los volúmenes de la Enciclopedia Espasa para que vele en todo momento por nuestro santuario de sabiduría.



[Extraído de Librosfera vía Pequeña Saltamontes]

 

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