Los bibliotecarios frente a la pérdida de referentes masculinos

Mientras nuestras compañeras siguen con su infructuosa búsqueda del bibliotecarius macizorrus (labor tan difícil como la búsqueda del Santo Grial o la tumba de Jesucristo en Jerusalem), nosotros, los bibliotecarios de género masculino, nos hayamos en una encrucijada existencial.

Todos (al menos los que frecuentamos por aquí) sabemos que las bibliotecarias, en mayor o menor medida tienen un arquetipo en el que basarse: esa bibliotecaria intemporal con moño y gafas que todas llevan dentro. En cambio nosotros navegamos sin rumbo en una pérdida de referentes que, como mucho, parece dejarnos el papel de poli bueno en un mal filme policíaco.

Si bien es cierto que tenemos en la historia algunos modelos en que fijarnos como el de nuestro estimado Jorge de Burgos, conocido por preferir quemar su biblioteca antes que dejar leer a sus usuarios según que libros (ver/leer el Nombre de la rosa para más detalles sobre el asunto), no es menos cierto que este modelo no ha resistido el paso de los tiempos. Más que nada porque quemar bibliotecas (con los usuarios dentro, por supuesto) está hoy muy mal visto.

Está claro que los hombres han contribuido al mundo de las bibliotecas sobretodo de un modo teórico, ahí tenemos al gran Dewey (que el Gran Bibliotecario lo tenga en el Bibliocielo), pero carecemos de un arquetipo sólido en el terreno práctico.

¿Pero ésto es realmente verdad? ¿No existe nadie que podamos tomar como modelo en nuestro quehacer diario? Pues sí lo hay. Déjenme que de aquí en adelante les muestre un ejemplo de bibliotecario que, sin necesidad de quemar bibliotecas, nos proporciona un modelo a seguir.

¿Quién puede ser esta especie de héroe mitológico?, se preguntarán. Pues ni más ni menos que Hannibal Lecter. Como ustedes recordarán, si han visto y/o leído El silencio de los corderos, nuestro estimado doctor Lecter tenía su celda llena de dibujos de la ciudad de Florencia. Si tras ésto han sentido interés por seguir sus aventuras también sabrán que el doctor Lecter consigue el puesto de bibliotecario jefe en una de las bibliotecas más prestigiosas de la ciudad. Díganme ustedes si no es para emocionarse: un tipo capaz de merendarse a cualquiera y su sueño no es otro que ser bibliotecario. La lástima es que un maldito policía florentino descubre su antigua vida (nuestros actos nos persiguen) y el antiguo doctor, ahora bibliotecario, debe abandonar su amado trabajo y la ciudad de Florencia. Ni que decir tiene que el majadero del polizonte recibe su merecido cuando es colgado de una ventana con sus propias tripas. A algún abrazanenúfares puede parecerle espeluznante esta imagen, pero yo comprendo perfectamente el mosqueo del doctor Lecter: ¿A quién le gustaría perder su plaza de bibliotecario en la bella, entre las bellas, ciudad de Florencia?

Ahora que ya están en contexto cabría preguntarse por esas cualidades que convierten al doctor Lecter en un modelo de bibliotecario a seguir. En primer término tenemos a un hombre de modales exquisitos (le puede comer el hígado, pero siempre guardando las formas), luego tenemos a alguien con una vasta cultura, incapaz de quedarse sin tema de conversación, pero sobretodo, y lo más importante para un bibliotecario, la posesión de una mirada capaz de competir con el mejor arqueo de cejas.
Hannibal Lecter
-Buenas tardes señor Lecter. Me temo que le traigo un libro con retraso, ¿sufriré algún tipo de penalización?
-Por supuesto, discúlpenme un momento mientras busco en mi libro de recetas...


¿Da miedo, no? No sé ustedes, pero yo por mi parte ya ando buscando recetas de cocina mientras me pregunto: ¿Qué tal sabrá un usuario?

 

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