Las fábulas del maestro Frikite-Zen: El mandala frikitecario

Un día el maestro Frikiti-Zen encargó a su discípulo que cuidara de su sección de la biblioteca. El discípulo aceptó el encargo como si de su propia sección de la biblioteca se tratara y con buen ánimo se dispuso a mantener el sagrado orden decimal por el que los fondos bibliográficos se ordenaban.

Poco a poco, ese buen ánimo inicial fue tornándose en un profundo desespero; por más que trataba de mantener el orden, los malditos usuarios iban más deprisa que él a la hora de desmantelarlo. No sabía qué hacer. Parecía como si los usuarios esperaran agazapados a que él acabara de ordenar parte de la sección de la biblioteca para luego desordenarla sin miramientos.

El rostro de desánimo del discípulo era evidente, pero no le dijo nada a su maestro temiendo un nuevo golpe de su largo bastón. En cualquier caso, el maestro Frikite-Zen parecía ignorar las desdichas de su discípulo dedicándose a sus propios quehaceres. De vez en cuando comprobaba que el discípulo no errara a la hora de seguir el estricto orden decimal y poco más. Hasta que un día ni eso.

Ese día el maestro Frikite-Zen apareció con un papiro que desplegó sobre el suelo sujetándolo con una piedra en cada una de sus esquinas, sacó de su túnica un buen numero de saquitos que parecían contener arena de muy diversos colores y se dedicó a colocar cada grano de arena en la parte que le correspondía del dibujo que había estampado en el papiro.

Así fueron pasando tres largos días con sus no menos largas noches; el maestro colocando pacientemente los granos de arena sobre el dibujo y el discípulo tratando de mantener, inútilmente, el orden de esa sección de la biblioteca.

Finalmente, al amanecer del cuarto día, el maestro sonrió satisfecho. Al parecer había terminado su tarea. El discípulo, intrigado, se acercó a donde el maestro estaba para ver el resultado de sus tres últimos días de trabajo. Quedó paralizado ante la visión de tanta belleza. Sobre el suelo, perfectamente dibujado en arena de multitud de colores, podía contemplarse el conocido mandala llamado La Profecía.

Este mandala, como todo mandala, consistía en un círculo que encerraba un cuadrado en su interior, cuadrado que a su vez se dividía en cuatro cuadrados iguales que contenían sendas escenas. El círculo exterior que circunscribía el cuadrado estaba formado por el dibujo de cientos de libros. En los espacios entre la parte interior del círculo y la parte exterior del cuadrado podían verse cuatro medialunas semicirculares que contenían sendas imágenes de cuatro de los más poderosos Biblio-Dioses. En la medialuna superior podía verse al venerado Biblio-Dios Dewey rodeado por multitud de series numéricas que, evidentemente, seguían un perfecto orden decimal. En la medialuna que flanqueaba el lado izquierdo podía verse al Biblio-Dios Paul Otlet, así como en el lado opuesto podía verse al Biblio-Dios Ranganathan, ambos continuadores de la sagrada labor iniciada por el venerado Dewey. En la última medialuna, situada en la parte inferior, podía contemplarse el encapuchado rostro del gran Jorge de Burgos profiriendo lo que parecía ser una sonora y maligna carcajada mientras, de fondo a sus espaldas, podía verse arder una biblioteca. En el gran cuadrado se narraba la conocida historia de La Profecía dividida en las cuatro partes o escenas que conformaban los cuatro cuadrados más pequeños. Siguiendo el orden cronológico de la narración, en el primer cuadrado se podía contemplar la escena llamada El Orden originario donde se veía un gran número de anaqueles con sus libros en perfecto ordenamiento decimal. En el segundo cuadrado se narraba la escena llamada El Caos del usuario, en este cuadrado podía verse como cientos de malignos usuarios se dedicaban a desordenar la biblioteca de su perfecto orden originario. El tercer cuadrado estaba dedicado a la escena conocida como La Llegada de la Esperada, en ella se narraba como la profetizada bibliotecaria de poderoso arqueo de cejas llegaba para expulsar a los malignos usuarios. Esta escena era representada con una sobredimensionada efigie de la citada bibliotecaria arqueando la ceja mientras los usuarios aterrorizados y diminutos, en relación con la inmensa efigie, huían despavoridos a campo abierto. Finalmente, en la última escena conocida como La Venganza Biblio-Divina, podía verse como un inmenso libro, el cuál no era otro que el Libro del Sagrado Orden conocido como CDU, era blandido por una no menos inmensa mano mientras espanzurraba a los diminutos usuarios huidos por la acción de La Esperada.

Tras ese instante de sublime contemplación el maestro fue quitado las piedras que sujetaban el mandala, lo cogió por dos de sus esquinas e indicó a su discípulo que agarrara las otras dos esquinas que quedaban libres. Ambos alzaron el mandala a la altura del pecho hasta que una brisa matinal diseminó la arena, que antes formaba el mandala, por toda biblioteca.

El discípulo quedo anonadado por la acción de su maestro. Tantos días de trabajo echados a perder en un momento.

-Nada permanece, mi discípulo -dijo el maestro Frikite-Zen como respuesta a la sorpresa mostrada por el discípulo-. Aún así, un solo instante de sublime belleza bien vale una vida entera.

Entonces el discípulo comprendió. El paciente trabajo de su maestro, colocando grano tras grano hasta completar el mandala, era igual que el suyo tratando de mantener el perfecto orden decimal de su sección de la biblioteca y la brisa, que había destruido tan magna labor en un solo instante, era como los usuarios que destruían su ardua labor en un abrir y cerrar de ojos.

Pese a todo valía la pena seguir ordenando para conseguir contemplar, aunque fuera por un infinitesimal momento, la sublime belleza de una biblioteca en perfecto orden. El discípulo, con ánimo renovado, se puso inmediatamente a ello. No sin antes recoger inadvertidamente uno de los saquitos de arena de colores de su maestro. El próximo cenutriousuario, que en vez de dejar el libro en el carrito o sobre una de las mesas tratara de ponerlo él mismo en la estantería, se llevaría un buen puñado de arena en los ojos.


 

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