Las fábulas del maestro Frikite-Zen: El arte de dar conferencias

Durante uno de sus inumerables viajes a través del Bibliomundo el maestro Frikite-Zen fue requerido para dar una conferencia. Era la primera vez que estaba en esa sección de la Biblioteca y una multitud se había reunido en un auditorio para escucharlo. Unos decían que si hablaría de nuevas tendencias en la sagrada CDU, otros creían que hablaría sobre la correcta utilización de las AACR2. El maestro Frikite-Zen, que en verdad no sabía qué decir, pues él era más un hombre de acción que de palabra, se propuso improvisar algo y así intentar salir del atolladero en el que se encontraba.

Entró muy seguro y se paró frente a la gente. Abrió las manos y dijo:

-Supongo que si ustedes están aquí, ya sabrán qué es lo que yo tengo para decirles.

La gente dijo:

-No... ¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos ¡Háblanos! ¡Queremos escucharte!

El maestro Frikite-Zen contestó:

-Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber qué es lo que yo vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo.

Dicho esto, se levantó y se fue.

La gente se quedó sorprendida. Todos habían venido esa mañana para escucharlo y el hombre se iba simplemente diciéndoles eso. Habría sido un fracaso total si no fuera porque uno de los presentes -nunca falta uno- mientras el maestro Frikite-Zen se alejaba, dijo en voz alta:

-¡Qué inteligente!

Y como siempre sucede, cuando uno no entiende nada y otro dice "¡qué inteligente!", para no sentirse un idiota uno repite: "¡sí, claro, qué inteligente!". Y entonces, todos empezaron a repetir:

-¡Qué inteligente!

-¡Qué inteligente!

Hasta que uno añadió:

-Si, qué inteligente, pero... qué breve.

Y otro agregó:

-Tiene la brevedad y la síntesis de los sabios. Porque tiene razón. ¿Cómo nosotros vamos a venir aquí sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos que hemos sido. Hemos perdido una oportunidad maravillosa. Qué iluminación, qué sabiduría. Vamos a pedirle a este gran maestro que dé una segunda conferencia.

Entonces fueron a ver al maestro Frikite-Zen. La gente había quedado tan asombrada con lo que había pasado en la primera reunión, que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de él era demasiado para reunirlo en una sola conferencia.

El maestro Frikite-Zen dijo:

-No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una conferencia. Jamás podría dar dos.

La gente dijo:

-¡Qué humilde!

Y cuanto más el maestro Frikite-Zen insistía en que no tenía nada que decir, con mayor razón la gente insistía en que querían escucharlo una vez más. Finalmente, después de mucho empeño, el maestro Frikite-Zen accedió a dar una segunda conferencia.

Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente aún, pues todos sabían del éxito de la conferencia anterior. El maestro Frikite-Zen se paró frente al público e insistió con su técnica:

-Supongo que ustedes ya sabrán qué he venido a decirles.

La gente estaba avisada para cuidarse de no ofender al maestro con la infantil respuesta de la anterior conferencia; así que todos dijeron:

-Sí, claro, por supuesto lo sabemos. Por eso hemos venido.

El maestro Frikite-Zen bajó la cabeza y entonces añadió:

-Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetir.

Se levantó y se volvió a ir.

La gente se quedó estupefacta; porque aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó:

-¡Brillante!

Y cuando todos oyeron que alguien había dicho "¡brillante!", el resto comenzó a decir:

-¡Sí, claro, este es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer!

-¡Qué maravilloso!

-¡Qué espectacular!

-¡Qué sensacional, qué bárbaro!

Hasta que alguien dijo:

-Sí, pero... mucha brevedad.

-Es cierto -se quejó otro.

-Capacidad de síntesis -justificó un tercero.

Y en seguida se oyó:

-Queremos más, queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos dé más de su sabiduría!

Entonces, una delegación de los notables fue a ver al maestro Frikite-Zen para pedirle que diera una tercera y definitiva conferencia. El Maestro Frikite-Zen dijo que no, que de ninguna manera; que él no tenia conocimientos para dar tres conferencias y que, además, ya tenia que regresar a su sección de origen.

La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; por sus ancestros, por su progenie, por todos los santos, por Dewey, por lo que fuera. Aquella persistencia lo persuadió y, finalmente, el maestro Frikite-Zen aceptó el impartir la tercera y definitiva conferencia.

Por tercera vez se paró frente al público, que ya eran multitudes, y les dijo:

-Supongo que ustedes ya sabrán de qué les voy a hablar.

Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el bibliotecario jefe de esa sección contestaría. El hombre de primera fila dijo:

-Algunos sí y otros no.

En ese momento, un largo silencio estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron al maestro Frikite-Zen con la mirada.

Entonces el maestro respondió:

-En ese caso, los que saben... cuéntenles a los que no saben.

Se levantó y se fue.


Nota: Libremente inspirado en uno de los cuentos del Mulah Nusradin.

[Les recordamos que hasta el viernes 15 de febrero aún pueden participar en el I Concurso de Eslóganes Frikitecarios]

 

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