Sin perdón (de Dewey)

Una de las funciones de los libros es la estética. No me refiero a que concuerden cromáticamente con la pintura del comedor, ni a que los libros sean todos del mismo aspecto. Me refiero a la estética cultural de su dueño: aparentar ser una persona instruída, culta e intelectual. Ser unos wannabes, vamos, pero en versión refinada. Estos especímenes suelen valorar -como objeto- los libros, sin importarles el contenido, o, en el mejor de los casos, cuanta más pedantería, mejor. Son ese tipo de personas que escribe con florituras, giros arcaicos y con cuatro adjetivos bien barrocos por sustantivo. Nadie los entiende, pero se sienten los Cervantes del s. XXI. Pero todo esto no viene a cuento de nada. Es decir, esta gente vive en su burbuja felizmente y no es mi intención molestarlos: a fin de cuentas, dan vidilla a las editoriales y al mundo del libro en general (que no a las bibliotecas: estos no pisan una en su vida, so pena de que los ácaros de las moquetas se les incrusten en las uñas). La única víctima en este caso son los libros: nunca serán abiertos, ni leídos, ni olfateados (hay fetichistas para todos los gustos). Nadie nunca experimentará el placer de abrirlos y sentirlos entre sus dedos, que te pican de los nervios y de la curiosidad por descubrir qué hay en esos mundos; nadie nunca sentirá remordimientos por dejarlos abandonados en la estantería mientras claman a su dueño un poco de atención.

Pero háganme un favor: no los tiren a la puñetera basura, por favor.

Sr. Gallardón, en nombre de sus libros: no se lo perdonamos.


[Gracias a Mentxu por el enlace]

 

Twitter

About