Del cenu todo se aprovecha

Una, que es una bibliotecaria más bien chapada a la antigua, contempla con resquemor los avances técnicos en el sector editorial, no tanto por la supuesta amenaza que entrañan sobre el factor humano (que a buena parte de los curritos del gremio nos manden a la puñetera calle, vamos) como por la pérdida del parte del encanto de nuestra profesión favorita. Son muchos y poderosos los argumentos a favor y en contra del tan cacareado libro electrónico, pero servidora, a título personal, prefiere el libro de toda la vida, con su papel y su encuadernación, a ser posible en cuero. Los libros de lujo son los más bonitos, y una se siente embriagada por las texturas y olores de esas encuadernaciones añejas. Ni punto de comparación con el e-book, oiga.
Y, además, asumámoslo: cuando el libro electrónico gane definitivamente la partida al libro de lujo, con esas gonitas encuadernaciones de cuero, ¿cómo demonios me las arreglaré para solucionar los problemas disciplinarios en mi biblioteca?, ¿cómo me las apañaré para dar a mis cenus ese castigo ejemplar que, sin duda, merecen? En una palabra, señores lectores, ¿adónde irá a parar el noble arte de la bibliopegia?


Lo cierto es que me resisto a vivir en un mundo donde no exista la bibliopegia. Y no sólo por mis adorados cenus más recalcitrantes, sino por los hermosos carnets que elaboro con las sobras. Si es que, del cenu, todo se aprovecha...

[Gracias, Don Quijote de Bolonia]

 

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