Hipatia y el porqué de ciertas cosas


Alejandría, año 391. Alentadas por las soflamas del patriarca Teófilo, y legitimadas por el edicto del emperador Teodosio, las hordas cristianas están a punto de asolar el Serapeo, el templo que aloja los últimos restos de la Biblioteca de Alejandría. Allí se guarda todo lo que queda del pensamiento clásico. Todos son conscientes de que la destrucción de la biblioteca será un duro golpe para la ciencia y la filosofía, y de que la humanidad tardará al menos un par de siglos en recuperarse. Momentos antes de salir huyendo del Serapeo, Hipatia ordena salvar todos los pergaminos que allí se albergan.
--¡Dejad las obras menores! --ordena Teón, el padre de Hipatia.
--¿Cuáles son las obras menores? --pregunta un alumno, abrumado por las prisas, el miedo y el atronador estruendo.
--¡Coge sólo las importantes! --grita Hipatia.
Pero el clamor hace que el alumno sólo escuche las dos últimas palabras: "las importantes". Por lo tanto, se lleva lo primero que ve en la estantería y, convencido de que está cumpliendo a rajatabla con las órdenes de Hipatia, deja las que él considera "las obras menores, las importantes", que serán pasto de las llamas y de la furia ciega y retrógrada de las turbas del patriarca Teófilo.
Así pues, el saber occidental se reconstruye sobre las bases de las obras de Sócrates, Platón, Aristóteles, Aristarco, Eratóstenes, Anaximandro, Tales de Mileto, Pitágoras y otros autores menores, y la humanidad no tarda doscientos años en recuperarse, sino más de un milenio. Por supuesto, las obras importantes no se recuperarán jamás.
Desde entonces, como señal de duelo por tan inmensa pérdida para la historia del saber, así como para evitar que situaciones así se repitan en el futuro, se reclama silencio en las bibliotecas.


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(Idea desarrollada a partir de una escena de Ágora, de Alejandro Amenábar [44'40" a 44'50"]; una de las pocas en las que no estaba cabeceando ni bostezando, dicho sea de paso.)



[Robado a Juanma Santiago]

 

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