El porno emocional, ahora, en Frikitecaris

No nos enrollaremos mucho, que, para entradas extensas, ya está su blog Pornografía Emocional. Nos llena de orgullo y satisfacción dar la bienvenida a Juanma como miembro del equipo de Frikitecaris, aunque no se puede decir que sea del todo nuevo: es incondicional del blog prácticamente desde los comienzos de éste, hace ya casi ochocientas entradas.

***************

Mi biografía viene a ser algo así como la síntesis de las peores pesadillas de Frikitecaris (sí, técnicamente soy un cenutriousuario) y de Iwetel (sí, he trabajado en bibliotecas pese a no poseer la titulación, lo que técnicamente me convierte en un intruso profesional), todo en uno.

Para no ser menos y estar a tono con la tradición frikitecaria, nací en pleno verano; echando cuentas, tengo motivos sobrados para suponer que fui un «regalo de cumpleaños», ya que me llevo equis años y nueve meses exactos con mi madre. La misma tarde de mi nacimiento se desató una tormenta apocalíptica sobre Madrid, de las que tardan años en olvidarse, y el caso es que años después comencé a desarrollar una facilidad proverbial para destrozar ordenadores, electrodomésticos o cajeros automáticos; yo no digo nada, pero tal vez mi mote de JuanMagneto proceda de aquella aciaga tarde. En todo caso, fui un niño discretito que se pasaba el día entre libros…

Hasta aquí, vamos bien: parecía estar predestinado a ser un bibliotecario de provecho, aunque mi natural tímido y cierta tendencia genética a desarrollar cejas hirsutas e ingobernables hacían prever que mis arqueos de ceja ni iban a acojonar ni ná. Mala señal.

Retomo la narración.

El caso es que, más que leer, aquel tierno infante que era yo extendía todos sus libros a lo largo y ancho de mi habitación, formando calles y plazas, y mis cochecitos de juguete y clicks de Famóbil transitaban por aquella ciudad de papel. De ahí deriva mi vena cenutriousuaria, me temo.

La vena lectora llegó años después, cuando me leí El hobbit, El Señor de los Anillos, el Silmarillion, La historia interminable y La conjura de los necios en el transcurso de una gripe que me hizo comprender que no se debe comer nieve cuando vas de excursión a Navacerrada, por mucha sed que tengas. Salí de aquella experiencia convertido en un friqui de tres pares de cojones (secciones literatura fantástica, música de la Movida Madrileña y cine en general), vena que he mantenido desde entonces.

Quitando eso, prácticamente no di por saco hasta unos cuantos años después, cuando tuve la genial ocurrencia de echar a perder lo que por aquel entonces era una notaza en Selectividad para matricularme en la carrera de Historia (contemporánea, para más inri). Tras la preceptiva bronca familiar, decidimos que vale, que estudiaría Historia, pero que, cuando terminase la carrera, prepararía unas oposiciones y me metería a funcionario. Como no me motivaba lo más mínimo la idea de dar clases (la primera salida natural de un licenciado en Historia), me embarqué en unas oposiciones jurídicas que consumieron cinco años de mi existencia y me convirtieron en un cenu de los peores, de los que frecuentan las bibliotecas para estudiar de sol a sol y no hacen más que incordiar a los pobres bibliotecarios buscando siempre el único libro de derecho administrativo que no tuvieran, o el único BOE que se les hubiera traspapelado.

Tras un paréntesis forzoso, dejé aquellas oposiciones y me embarqué en la segunda salida natural de la carrera de Historia: un curso de técnico documentalista subvencionado por el INEM. Y aquí comienza mi etapa de intrusismo profesional. Conseguí meter la naricilla en la Biblioteca Nacional, primero como becario en prácticas, luego como «empresilla» (esto es, autónomo) y, por último, como subcontratado, lo cual me dio una visión global bastante aproximada de cómo funciona el mundillo por dentro. Mis jefas estaban encantadas conmigo y me recomendaban que me presentase a las oposiciones de facultativo, a lo que yo replicaba con un «Pues sed mis preparadoras» que desembocaba, inevitablemente, en un cambio radical de tema.

Así pues, reorienté mi carrera hacia la tercera salida natural de un licenciado en Historia: el sector editorial, para cabreo de los licenciados en Periodismo (que me consideraban un intruso profesional cuando dirigía revistas) y Filología (que me consideran un intruso profesional ahora que vivo de la corrección de estilo). Llevo casi una década comiendo gracias a esa vena friqui de mi adolescencia, pero también gracias a mis estudios universitarios y, cuando se tercia, regresando de manera ocasional a la catalogación de bibliotecas, preparación de bases de datos y todo aquello que me dé tiempo a hacer antes de perpetrar la enésima JuanMagnetada que haga perder todos los registros del día en apenas unos segundos.

Así pues, puedo decir que nado en un terreno intermedio e indefinido, pues no soy ni cenutriousuario ni bibliotecario sino todo lo contrario, aunque reúno cualidades de ambas especies y, desde luego, entro de lleno en el intrusismo profesional; por partida triple, además. Puestos a escoger una clasificación, prefiero considerarme un bibliotecario felizmente consorte, o un feliz consorte de bibliotecaria, o tal vez debería decir un feliz bibliotecario consorte. Lo cual, ahora que lo pienso, ha quedado de lo más abrazanenúfares.

 

Twitter

About