Frikitecaris, te necesito

La semana pasada me vi mi primera arruga. Sí, ahí donde me ven, radiante e impecable, tan joven y tan estupenda, vi que mi reflejo en el espejo tenía una pequeña arruga en el entrecejo. Horror. Terror. Pánico. ¿Cojo mi pasaporte y huyo antes de que nadie me vea?


Obviamente, la culpa la tienen mis cenus, que no hacen nada por mi felicidad, e incluso a veces tengo que azotarlos para que me traigan el vermut o me limpien mis peep toe de taconazos de vértigo. Mira que los azoto con sumo gusto, pero claro, a la larga, pasa lo que pasa, y se empieza por una arruga y a saber cómo se acaba. ¿Con código de barras en los labios de tanto amenazar? ¿O con patas de gallo por mis miradas fulminantes? Me niego. Aquí donde me ven, me niego a que, por culpa de estos mastuerzos, mi cutis de porcelana se vaya al carajo. Hay que hacer algo, y el bótox no es una opción: ninguna aguja se acercará a mi cara a menos de diez centímetros de distancia, que luego me bajo a la cafetería de la zona alta de la ciudad y parezco un clon de sus clientas, tooodas rubias color Espe, con morros-colchoneta, piel que no se mueve y tiene un brillo muuuy raro, y ojos achinados, pequeños y muy juntos. Eso sería peor. Pero entonces, ¿qué nos queda? ¿Capas y capas de Titanlux? Bueno, vale, puedo hacer ese esfuerzo y quitarme media hora de peinado del moño para maquearme un poco, aunque se impone buscar a una bibliotecaria que ya haya dado el paso de una transformación total gracias a las cremas hidratante-flash-radiante-en-un-segundo, colorete-Heidi-natural-y-chupiguay y sombras de ojos ven-pacá-cordero. Una puede ir de guays por la vida, pero si otros ya te han abierto el camino, ¿por qué no aprovecharlo? Una de tonta (o de fea) no tiene un pelo. Y fíjate tú por dónde, existe esa bibliotecaria: Sharon Marcus, y existe también un programa (joé, los realities están que lo tiran): Mac Me over.

Analicemos con detalle el antes y el después:




¿Qué les parece? De media melena, dulce mirada (para engañar a los cenus, fijo), estilo natural e incipientes arrugas (ay, esos cenus, cuánto estrago hacen) a un look mucho más sofisticado, con melena desigual (y kilos de gomina para aguantar ese tupé), mirada seductora y cierto abuso del colorete y del peeling facial. Y no olvidemos la ropa: de una cómoda camiseta negra a una camisa blanca almidonadísima tres tallas más grande de lo necesario y con el cuello alzado (y que tiene que rozar e incluso hacer pupa y seguro que no te deja mucho movimiento de cervicales) y anillo fashion de la muerte en el índice (eso, para catalogar y trastear con libros llenos de polvo, no tiene pinta de ser muy cómodo). Me veo paseando así por las estanterías... medio segundo antes de caerme por el peso del tupé o del almidón de la camisa.

¿Saben qué? Que me quedo como estoy. Mis arrugas y yo seguro que aprendemos a negociar y alcanzamos una convivencia pacífica.

[Gracias a Mentxu por el chivatazo.]








 

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