La tercera variable

Mola mazo trastear por el interné y encontrarse con frases motivadoras (o, como las llaman los más redichos, 'inspiracionales'). Si, además, las firman primeros espadas del pensamiento, como Mark Twain, Oscar Wilde, Marco Aurelio o Cicerón, pues mucho mejor. ¡A cuadrarse, que esto es dogma de fe, que lo dice Fulanito!

Un ejemplo.
Traducimos:

Si tienes un jardín y una biblioteca,
tienes todo cuanto necesitas.


Gonito, ¿eh? Y, además, ¡lo dice Cicerón!

Pues vamos a ver: sí, pero no.

Porque, por un lado, el buen hombre tenía razón, y es sumamente encomiable que alguien de su posición defendiera el mundo de la cultura en tiempos tan convulsos como los que le tocó vivir, en los que lo más fácil habría sido valerse de su endiablada capacidad oratoria y exigirle al Senado más recursos para la guerra civil que enfrentaba a Julio César y Pompeyo, o desacreditar para siempre jamás la imagen pública de Lucio Sergio Catilina, para alegría de los detractores de este y desgracia de generaciones y generaciones y generaciones de estudiantes de latín. 

Pero claro, háganse cargo: por un lado, Cicerón era parte interesada en el tema jardín, ya que era terrateniente, y vaya usted a saber si 'jardín' era un eufemismo de 'latifundio la hostia de grande y productivo, sobre todo en tiempos de guerra en los que puedo venderle al ejército mi cosecha del trigo a los precios que me salga del mismísimo nabo, por seguir con las metáforas hortofrutícolas'. ¿Ven adónde quiero ir a parar?

Y, por otro lado, Cicerón, como autor con eso que damos en llamar 'extensa obra publicada', algo de cacho pillaría, en lo tocante a la gestión de derechos de autor, si es que esa figura existía en el derecho romano, por lo que, de nuevo, no es que le molaran las bibliotecas y la cultura sino que, literalmente, sacaba tajada de ellas, cual CEDRO avant-la-lettre. Cuantas más obras en catálogo, más tajada sacaba en las bibliotecas.

Así pues, literalmente, la frase de Cicerón era correcta: con su jardincito y una biblioteca bien surtida de obras suyas, Cicerón no necesitaba mucho más. Estaba en el win-win perfecto. Y, además, quedaba como un auténtico señor, hablando de la Arcadia feliz (el jardincito) y de la cultura (las bibliotecas) en tiempos en los que lo que tocaba era el discurso violento y belicista para posicionarse en el lado vencedor de la guerra civil, cosa que, por cierto, se le dio bastante bien... hasta que dejó de dársele bien.

Porque aquí entra la tercera variable que da título a esta entrada: al bueno de Cicerón no le bastó con tener un jardín (léase poder económico) y una biblioteca (léase capacidad intelectual de influir en las cosas de la res publica), sino que eligió bastante mal a sus enemigos. Durante la guerra civil tomó partido por el bando correcto, gracias a lo cual generó una pasta gansa y una credibilidad encomiable como gestor y orador, pero gestionó con el culo su paso por la alta política. De hecho, acabó con la cabeza colgando de una pica gracias a su nada sutil enemistad con Marco Antonio, como si fuera un George Bush cualquiera (y aquí enlazamos con la mujer de este, bibliotecaria, y nos mantenemos en el ontopic: ¡toma pirueta!).

Así pues, lo sentimos mucho, querido y admirado Marco Tulio Cicerón, pero no, no basta con un jardín y una biblioteca: además, hay que saber gestionarlos y conservarlos porque, de lo contrario, a lo mejor pierdes la cabeza si vas de sobrado. 

¡Venga, dennos otra frase gonita y mil veces parafraseada para demolerla, que hoy estamos en racha!

 

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