Las luces en las calles nos anuncian la inminencia de determinadas fechas, teóricamente repletas de bondad y alegría, y en la práctica llenas de melancolía y propósitos de enmienda que nunca cumpliremos.
Aún así, hasta el bibliotecario más duro y frío se enternece, y por unos días sus facciones se suavizan e incluso parece una persona agradable. A estas alturas, ya ha montado su belén en el que no falta el caganer Ranganathan, y ha comprado figuritas para adornar el espléndido árbol de Navidad en el comedor de su hogar. Pero no sirve cualquier figurita, tienen que dejar patente nuestra condición sublime de bibliotecarios, que no se nos olvide con tanto turrón rancio y villancico soplagaitas.
¿Los informáticos pondrán adornos en forma de iMACs? ¿Los contables colgarán calculadoras?