Lecturas en la cama

Tengo que reconocer que servidora es limitadita. Me gusta la rutina. Cuando la abueleta que da codazos para subir la primera al autobús no está, la echo en falta. Si el asiento del fondo del bus está ocupado, me irrita. Por no mencionar el cabreo que pillo cuando en la panadería se les han acabado las barras de pan de cereales que tomo cada día, ¿¡y ahora con qué hago yo mi bocata matutino, eeeh?! ¡Qué poca consideración! Y mejor no hablemos de las veces que me encuentro trabajo urgente a primera hora. ¡Salvajes! Mi primera media hora es para tomarme con toda la calma chicha del mundo el café mientras leo el periódico, ¡será posible que alguien ose estropearme mi momento zen! ¿Y qué me dicen de la última hora antes de acostarse? Después de haber tomado un baño relajante, luego de haber hecho estiramientos de yoga, toca evadir la mente con una buena lectura y un buen Gintonic con Hendrick's para acompañar el momento. Sin embargo, no sé si lo habrán notado, pero el alcohol ensucia mucho si se derrama. Sí, sí, créanme, que me ha pasado. Palabrita de frikitecaria buena. Por eso hay que buscar un sitio para la copa, un sitio para ella sola, un sitio donde alargar un poco la mano (sin hacer malabarismos, que tenemos la espalda ya fastidiada de tanto acarrear libros y no es plan) y dar un trago sin dejar caer el libro (que fastidia mucho).

La respuesta nos la ha ofrecido Don Quijote de Bolonia: la estantería con reposabebidas. ¡Y olé!



[Visto aquí]

Preveo fascinantes lecturas...

 

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