Se dirán ustedes que qué pesaditos nos ponemos con que si Google caca y cuánto molan las bibliotecas, y que qué insensibles son los usuarios que confunden las segundas con el primero. Para qué negarlo, el asunto nos ofusca, porque las comparaciones siempre son odiosas, y parece que la percepción de la utilidad de Google gana de calle a la utilidad percibida de las bibliotecas. El signo de los tiempos, suponemos.
Si la cosa sigue así, y al ritmo que vamos (como Google siga saqueando por la puñetera cara los fondos de las bibliotecas para ofrecer el servicio de Google Books, por ejemplo), tendremos una generación entera de usuarios que acudirán a las bibliotecas en plan: "¡Tienes que ver esto! ¡Google ha abierto una tienda física en el centro cultural de la esquina!".
O, mismamente, confundirán a los bibliotecarios con un software vintage.