Higiene usuaril

Trabajar de cara al público tiene ciertas ventajas: poder ver la carita de gato con botas del usuario cuando lo amedrentamos, su cara de pavor cuando lo amenazamos con nuestra famosa patada voladora y hacer puntería con la enciclopedia británica en su trasero. Son actividades diarias absolutamente normales con las que los frikitecarios intentamos desahogar la adrenalina acumulada. Porque tenemos mucha, mucha adrenalina, pero tenemos aún más paciencia, porque por su culpa hemos perdido uno de nuestros sentidos: el olfato. El olor a eau de sobaque matutino cuyos efluvios despertarían hasta a Ranganathan de su eterno descanso, el pestazo a desayuno con ajos con que nos deleitan mientras amorosamente nos piden ese libro que de tenerlo en mano lo usaríamos como frontera entre nosotros y su oficio bucal, o la estupenda fragancia a alcohol que exudan por los poros ya desde el mediodía.
Señores bibliotecarios, frikitecarios y afines, así no podemos seguir. Hemos perdido un sentido, pero los perderemos todos y caeremos en redondo desmayados si la situación continúa y no logramos imponer unas medidas de higiene en nuestros dominios. Como las indirectas no las pillan y las directas parece que no las quieren escuchar, pasaremos al plan B: que se fabriquen ellos jabón en la biblioteca. Quien no se haga una pastilla al día, no entra ni coge ningún libro en préstamo.






 

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