A pesar de lo que suele decirse en este blog no una sino «cienes y cienes de veces», el bibliotecario ama al usuario, incluso al cenutrousuario. Lo ama, lo adora, lo idolatra y lo espera con ansia, puesto que lo necesita y sin él, el bibliotecario no es nada. A pesar de todo, y de todos los intentos del bibliotecario por no dejarse decepcionar por el usuario, no puede evitar seguir sorprendiéndose por la capacidad del usuario de notar lo obvio (y manifestarlo), de no enterarse de nada (y manifestarlo), de hacer siempre lo contrario a lo que debería y, de esta manera, soliviantar al pobre bibliotecario de turno hasta la exasperación.
Así, ciñéndonos a la capacidad del usuario de notar lo obvio y manifestarlo en voz alta, encontraremos a aquella usuaria que al entrar en una biblioteca a oscuras por causa de un apagón, en lugar de preguntar a qué se debe el apagón, se dirigirá al bibliotecario para informarle de que «Las luces están apagadas». A lo que el bibliotecario alzará una ceja y contestará impávido «Hay un apagón» mientras piensa en contestar a la avispada observadora «Ah, sí? Y yo que creía que estaba nublado!».
O el usuario perspicaz que se acerca a un bibliotecario que acaba de descubrir que se le está inundando la biblioteca y, señalándole el agua pestilente que entra por debajo de la puerta de emergencia, le dice: «Está entrando agua». A lo que el bibliotecario, con las manos crispadas en gesto amenazacuellos y un hilo de voz le contesta: «Enseguida avisamos a mantenimiento» en lugar de decirle como estaba pensando «Y cuando suba un poco más, si no te he estrangulado con mis manos te ahogaré en ella».
O el usuario que se acerca al mostrador y en un alarde de capacidad de observación y raciocinio indaga: «Porqué no quedan sitios libres en la biblioteca?», a lo que el bibliotecario, que ya lleva una larga jornada aguantan... digo, trabajando, replica mientras alza las dos cejas en señal de sorpresa: «Pues porque está llena» y luego sigue a lo suyo, pensando que como otro melón le vuelva a hacer una pregunta boba, le atiza con el magnetizador en la cabeza.
O como aquél otro usuario que ante la perspectiva de encontrar un libro, y a pesar de habérsele indicado no sólo hacia dónde debe dirigirse sino el número de estante en el que tiene que buscar, exclama con cara de espanto: «Es que aquí hay muchos libros!». A lo que el bibliotecario, ya por completo fuera de si y olvindado lo mucho que ama, adora, idolatra, espera y necesita al usuario, contesta con tono sarcástico: «Sí, en las bibliotecas suele haber muchos libros».
Eso sí, sin perder nunca las formas ni el savoir faire y con una gran sonrisa en la cara. Dientes, eso es lo que quieren, dientes.