Siempre ocurre cuando más liadas estás. En esos momentos en que te sientes como un pulpo, catalogando a la vez que buscando cierta información para un usuario al tiempo que resuelves varias dudas de unos cuantos perdidos e intentas acabar de una vez las fotocopias de ese artículo que te pidieron ayer. En esos momentos, cuando más estás echando el hígado, es cuando ocurre.
-Oooyeee, bibliotecaria. Necesito URGENTÍSISISIMAMENTE este libro, que consta como disponible en el catálogo y que no está en su sitio.
En su voz es perceptible un tono lastimoso, medio queja medio súplica, como si le fuera realmente en ello la vida y muriera marchitado si no lo encuentra. Por desgracia para ti, tienes el día abrazanenúfares y ha conseguido enternecerte.
Automáticamente, no obstante, maldices en arameo y te aseguras de que ha buscado el libro correctamente. Entonces, comienza la búsqueda infernal: dejas tu calentita silla y comienzas a buscar el libro por todas partes. Pasan los minutos y no lo encuentras. Deseas que a quien lo haya cogido se le caiga las manos a cachos. Pasan más minutos. Deseas aplastar la cabeza del cenutrio que lo haya cogido. Te cansas, pero das un último repasito, urdiendo planes de tortura.
Al final, evidentemente, no lo encuentras y vuelves asqueada a tu sitio. Mandas a paseo al usuario que te lo ha pedido, esgrimiendo un "vuelva usted mañana". Eso sí, has perdido una horita bien buena para nada. Decides ponerte seria en cuanto a la libre accesibilidad de documentos.