Un día cualquiera, paseando entre los infinitos anaqueles del universo conocido como Biblioteca, el discípulo interrogó al maestro Frikite-Zen con la siguiente cuestión:
-Maestro, qué es mejor: ¿Ser un abrazanenúfares o ser un anticursi?
El maestro Frikite-Zen, como todo buen maestro zen que se precie, respondió a la pregunta de la única manera que podía hacerse, es decir, propinando un rotundo bastonazo en el entrecejo de su discípulo.
-Pero maestro, ¿cuál es la razón de que obréis así conmigo? -inquirió lastimoso el díscipulo.
-¿Aún necesitas razones? -dijo el maestro Frikite-Zen-. Discípulo mió, te golpeo y aún así permito que me acompañes -añadió, e hizo una pausa para contemplar el gesto de asombro en el rostro de su discípulo-. Ésta es la respuesta a tu pregunta.
El discípulo meditó largo rato las palabras de su maestro y comprendió que, dentro de ese caparazón anticursi, de esa dureza, de esos golpes que de tanto en tanto le propinaba, había en su maestro una infinitesimal parte de abrazanenúfar. Esa parte que le permitía a él, pobre e ignorante discípulo, acompañarlo. El discípulo, más abrazanenúfares que anticursi, pensó en abrazar a su maestro. En vez de eso, se agachó, recogió una piedra del suelo y se la lanzó al primer usuario que por allí apareció.
26 de noviembre de 2007
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