La presencia del bibliotecario amedrenta. Su karma fluctúa por la biblioteca imponiéndose en todos los rincones de ella, sin que sea necesario que esté físicamente ahí. Los usuarios -debidamente- tiemblan y se sienten vigilados. Sin embargo, existe un espacio -internet- allí donde ningún bibliotecario puede alcanzar, al menos hasta que consigamos convertir nuestro cuerpo en bits y bytes a nuestro antojo. Actualmente, la mayoría de bibliotecas tienen página web, que representa a la biblioteca y a su espíritu. Pero si analizamos exhaustivamente todas las webs bibliotecarias, veremos un elemento común: ninguna amenaza la integridad física del usuario en caso de negarse a acatar nuestras órdenes.
Y eso debe cambiar.
Mientras buscamos cómo insertarnos como código en internet, mentes más brillantes ya han encontrado la solución.