O al menos lo intento, por un día. Que si tratar a los congéneres como quieres que te traten a ti, que si sentir un poco de pena por el cenutriousuario, que si todos somos usuarios en un momento dado...Chorradas. Las moscas están para aplastarlas, y los cenutriousuarios, lo mismo. Pero las chorradas me gustan, así que lo intento. Sado que es una de vez en cuando.
Me planto en la biblioteca. Se supone que tengo que ponerme en su piel, utilizar todas las herramientas a su disposición y usar sus espacios. Y, de paso, volverme encefalograma plano, que al fin y al cabo es la base de su ser. Así que me dirijo a la zona de revistas, pillo toooodos los periódicos (menos el ABC, que me ha birlado el abuelete ese sentado a la derecha) y me apalanco en el sofá. Me faltaría un café con pastitas, pero me conformo con mascar chicle -con saber a fresa extrafuerte- a todo trapo. Ñam ñam. El bibliotecario -hasta el día anterior mi compañero de mostrador- me mira con cara rara, entre estupefacción y nerviosismo. Supongo que piensa que me he vuelto (aún más) tarada de lo normal. Ñam ñam. Se me acerca un adolescente hormonado que me pregunta por un libro de historia del arte. Le digo que se equivoca, que yo no trabajo allí y que vaya al mostrador a hablar con el dios omnipresente, llamado también bibliotecario. Él me mira con cara de no entender nada. Ñam ñam. Media horita más, y ya habré mirado toda la prensa. Uh, es ya casi mediodía, ¡vamos a internet! Quiero bajarme cuatro cosas de la mula, imprimir unos trabajos de la facul y otear el rincón del vago (grande, mú grande). Por suerte, mi mano bibliotecaria del día anterior ya me tenía reservada el ordenata. Qué buena que soy. La zona de ordenadores no es de estricto silencio, por obra y gracia del tecleo de los ordenadores, así que me siento libre de sentirme con en casa. Tengo en la mochila una bolsa de patatas fritas que dejo al lado de mi teclado para ir picoteando. El teclado está guarrísimo ya, así que no se notará (demasiado) un pringue añadido. Qué ganas de ir a buscar una lata de coca-cola y ponerme unas pantuflas a cuadros mientras erupto a diestro y siniestro, oigan. Mientras estoy con mis patatitas y mis pelis los bibliotecarios se han reunido a ver qué puñetas estoy haciendo. Nadie me dice nada, ni siquiera esa cuarentona que me mira con asco cada vez que me meto cuatro patatas a la vez a la boca. En fin, yo a lo mío. Podría pedirle al bibliotecario que me buscase el disco de una chica que canta "una palabra", pero decido no ser tan cruel. Vaaaya, si es la hora de comer. Me pido una novela romántica y salgo un rato a tomar un bocata de chorizo bien grasoso, que así le dará un toque sabrosón al librito de marras. Luego vuelvo a la biblioteca a echarme una siestecica y a última hora a ligar con el resto de usuarios, que alguno buenorro habrá.
Mola mucho ser cenutriousuario...
[La culpa de este post la tiene Sfer, quien sugirió un día de trabajar como un cenutriousuario. Claro que trabajar, no trabajan, así que me he pasado el día ganduleando...]