Como cada año, enero supone preparar la memoria del año anterior y analizar escrupulosamente todos los gastos. La siguiente fase es recibir de parte de los jefes el presupuesto para este año, que lamentablemente no suele aumentar. Se inicia así un estira y afloja entre dirección y biblioteca, es decir, entre las necesidades de los usuarios y la realidad económica destinada a ámbitos culturales. Existe, sin embargo, un método para equilibrar este hecho, o como mínimo, para intentar aumentar nuestro exiguo presupueso anual: acorralar al jefe, sin piedad, hasta que acepte nuestras condiciones. Un lugar adecuado para ello es el ascensor, cubículo propenso a crear sudores y claustrofobia a todo aquel que encierra entre sus puertas. El jefe aceptará negociar lo que sea a cambio de voler a sentir el aire fresco en su cara.
Y si pilláis al mismísimo Presidente, ni os cuento de lo que somos capaces...