Educación

Todos en algún momento intentamos sacar a relucir esa pulida educación que creemos poseer. Normalmente no sucede ante la cajera del súper, a quien miramos con odio para que abandone ese ritmo caribeño crispante y acelere un poco. En ese momento las buenas maneras quedan arrinconadas en algún lugar inhóspito de nuestro cerebro. En cambio, cuando estamos en situación de tener que pedir un favor, se saca pecho y un tono delicado y formal. Por ejemplo, al solicitar cierta información al bibliotecario, de repente somos la exquisitez personificada; comenzando, por supuesto, con el saludo: una buena entrada significará conseguir o no la información. Pero cansa, vaya si cansa...



 

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