Los bibliotecarios somos malos, muy malos: torturamos incesantemente a los usuarios sólo para disfrutar con su dolor. Somos tan malos que a veces no parecemos humanos*. Podemos adoptar cualquier forma que nos plazca, a sabiendas de que ningún disfraz podrá ocultar nuestra verdadera naturaleza.
Por ejemplo, podemos convertirnos en perro. No en el sentido de perezosos, que eso también y por descontado, sino en un sentido más físico. Más real.
Tiene sus ventajas: podemos gruñir sin cansarnos o poner mirada fiera, aunque el arqueo de cejas es un tanto más complicado. Y acarrear documentos, sin el carritos, es todo un arte.
Otro inconveniente es que con el tiempo y una caña, nos podemos convertir en la mascota de la biblioteca. Triste final...
*Con todos mis respetos a la fauna mundial, por supuesto. Me permitís una pequeña licencia literaria, espero...