La desobediencia no queda impune

En el Imperio del Libro Naciente, el bibliotecario es el Emperador. Su reino es pequeño, oscuro y huele a viejo, pero él está orgulloso. No hay mota de polvo que se pose en los libros sin él saberlo, ni un usuario toca una estantería sin él dar permiso. Nada inquieta a los habitantes del Imperio, concentrados e inmersos en un mundo donde una frase es una emoción, una aventura y un sentimiento. El Emperador vive y se desvive por sus leales súbditos, y les procura una estancia feliz y tranquila, sin sobresaltos. Sin embargo, en el jardín surge aquí y allá alguna mala hierba; cosas sin importancia, al principio, que el Emperador debe atajar para que no vaya más y para dar ejemplo: contrariarlo significa dolor intenso y sufrimiento eterno. No puede haber ninguna duda sobre su autoridad ni sobre su poder, más mortífero que el poder terrenal más cruel e implacable. Cuando aparece uno de esos hierbajos, cuando la desobediencia hace acto de presencia, el Emperador sólo titubea una fracción de segundo, lo que tarda en decidir el castigo. ¿Desollarlo vivo? ¿Hervirlo? ¿Freírlo en aceite hirviendo, despacio y con exquisita minuciosidad?





[Vía Geekteca ]

 

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