Como cada semana se acercó a devolver sus préstamos y buscar nuevas lecturas con las que llenar sus momentos de ocio.
Al entrar en la biblioteca ella lo saludó desde su mostrador con su habitual gesto de de neutralidad. Dejó allí sus libros y se perdió entre las estanterías. Al rato volvió. La cosecha había sido buena. Se plantó frente al mostrador y le alcanzó su carnet junto a los libros que pensaba llevarse.
En ese instante, a sólo un metro de ella, pensó que ese metro que los separaba era una magnitud ficticia. Para él, la actitud diligente de ella al procesar los préstamos, su rostro hierático e inexpresivo, escondía un recorrido infinito como el de las profundidades del frío e insondable espacio. Tan sólo un metro. Un metro como un año-luz de distancia.
Recogió los libros del mostrador y se fue sin darse cuenta que, tras esa aparente frialdad manifestada por ella, latía un corazón que ardía con la intensidad del núcleo de una estrella de neutrones.
P.S: Esta entrada está especialmente dedicada a mis actuales compañeras de trabajo (bibliotecarias y no bibliotecarias). Pero también a todos aquellos que se quejan de la longitud de mis entradas. Breve y con una preciosa imagen.